Un comienzo nada simple
Simplemente Sangre (Blood Simple, 1984), fue la primera película de los Hermanos Coen, hecha más como el experimento de dos jóvenes inquietos e inexpertos que como el comienzo planeado de una seria trayectoria que lleva más de tres incansables décadas. “Blood simple” es una expresión que los Coen extrajeron de una novela llamada Red Harvest y que alude a la mentalidad temerosa de una persona expuesta por largo tiempo a situaciones violentas.
La película comienza con una pareja en una carretera, escena que habrán de tener en adelante muchas de las realizaciones de los directores. La pareja la conforman Abby (Frances McDormand), y Ray (John Getz), respectivamente la esposa y un empleado de Marty, el dueño de un bar no especialmente apreciado por quienes lo conocen. Marty ha contratado previamente al detective Loren Visser, porque sospecha de la infidelidad de su esposa, y éste obtiene el material que se le ha enviado a buscar en un motel donde los nuevos amantes deciden alojarse. La trama se complica bastante cuando Marty, tras obtener las pruebas que buscaba, le pide a Loren asesinar a los amantes a cambio de una significativa suma.
A partir de ese momento todo es confusión y caos, pero es también la prueba fehaciente de que los Coen fueron lo que son desde su primera película, pues ya se denotaba en ellos el estilo único que los caracteriza como autores: El exasperante personaje parlanchín (en este caso Visser), que en algunas cintas es el villano y en otras un ser bondadoso y afable; los giros inesperados de la trama; los intrincados y elocuentes sueños para los protagonistas, la violencia explícita e inusitada; sus actores recurrentes, como la entonces jovencísima Frances McDormand en el que fuera también su afortunado debut cinematográfico; y en fin, toda una suerte de recursos de los que echarían mano desde ese momento los Coen y que a lo largo del tiempo han ido afinando hasta consolidar la forma inconfundible que les conocemos y que es su impronta en la historia del cine.
Conseguir dinero para este largometraje no fue tan simple como su nombre, pues los Coen –aun sin el renombre que hoy les abriría cualquier puerta–, tardaron alrededor de un año en obtenerlo. Sin embargo, lo importante de esto es que el recaudo en taquilla fue casi del doble de lo invertido y la cinta logró el Gran Premio del Jurado del Festival de Cine de Sundance cuando se presentó. Nada mal para un par de novatos desconocidos que a partir de ahí obtuvieron la confianza que los haría imparables.
Su estilo único que no busca emular a nadie, no trata de quedar bien ni de agradar, simplemente es. Aun cuando algunos directores –de forma válida–, cambian de rumbo o hacen múltiples experimentos en sus carreras, con resultados diversos, es de valorar que para los Coen ser fieles a sí mismos pareciera ser la norma, y que desde Simplemente Sangre hasta hoy su forma de hacer cine ha permanecido intacta.
Simplemente Sangre es, al final de cuentas, no solo el primer film de los Coen, sino el sondeo de su característico modo de leer el mundo y una apuesta arriesgada para el futuro; fue el producto de dos hermanos entusiastas y poco experimentados que tenían todo por hacer y todo por decir y que fueron refinando, afilando y consolidando su estilo, dejando intacta la esencia, en ocasiones con mejores resultados que en otras. Ser un autor original que sigue contando historias sin traicionarse, ni vender el pellejo, es un mérito que muchos quisieran contar, y es precisamente el que los diferencia de otros y los hace únicos. ¡Larga vida a los Coen!
Publicado originalmente en la revista Kinetoscopio No. 125 (Medellín, enero/marzo, 2019), p. 28-29
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2019
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