Sobreviviendo a la adversidad
Para aquellos que no somos angloparlantes nativos, algunas de las películas de Ken Loach pueden llegar a ser todo un reto lingüístico que por momentos nos lleva a pensar que realmente jamás dominaremos el idioma, pues filmes como Riff-Raff (1991) y Lloviendo piedras (Raining stones, 1993), son habladas en un inglés por momentos tan incomprensible que apenas si nos permite dilucidar lo que se dice. La razón de eso es que, por lo menos en el caso de Lloviendo piedras, el inglés es una clase de dialecto usado en la zona norte de Inglaterra en la que se desarrolla el filme. Pero a pesar de las restricciones idiomáticas, el guión de esta cinta es de tal sencillez (que no vacuidad), que su comprensión no es compleja para nadie, sea cual fuere su idioma nativo. Como es usual en las obras de este director, el largometraje aborda la precariedad de la clase laboral inglesa en una época en la que su país atravesaba duros momentos.
Para un espectador del tercer mundo esta realidad es un lugar tan común que poco o nada sorprende, pero es importante reflexionar desde el punto de vista de quien está elaborando el filme, pues Jim Allen -el guionista con el que Loach realizó dos largometrajes más además de este: Hidden Agenda, 1990 y Tierra y libertad (Land and freedom, 1995)-, sufrió en carne propia los avatares del desempleo y la pobreza antes de comenzar a escribir guiones para ganarse la vida, de modo que pudo conocer de cerca esta situación que cualquiera de nosotros pensaríamos poco probable en un país como Inglaterra.
Lloviendo piedras es la historia de Bob, un ser humano tan común como tantos que tratan de encontrar un empleo para ofrecerle una vida digna a su familia, en medio de la adversidad del país y de la hostilidad de la sociedad. La primera comunión de su hija Coleen se convierte en un motivo más de angustia para él, pues debe conseguir el dinero para el vestido, primordialmente, además de todo lo necesario para la celebración. Para lograr este fin, Bob hace literalmente cuanto se le ocurre para conseguir dinero; desde robar ovejas para venderlas, hasta ofrecerse a limpiar cañerías de puerta en puerta, e incluso prestar dinero a intereses impagables. Como ya lo expresé, las similitudes en dos sociedades tan diferentes no dejan de extrañar; prueba de ello es el inevitable recuerdo que nos llega de Mateo (2014), de María Gamboa, en la que los prestamistas de usura cobran incluso con la vida el dinero que prestan, y sus escrúpulos han dejado de atormentarlos hace tiempo. Por más insólito que parezca, así es la gente con la que se relaciona Bob, mientras busca incansablemente un empleo, un lugar en el mundo y, por supuesto, dinero suficiente para el vestido de primera comunión de su hija.
Estamos ya acostumbrados a los padecimientos de los personajes que sufren no solo hambre física sino de justicia en las películas de Ken Loach. Seres perdidos, sin esperanzas, sin empleo, algunos en busca de él y otros resignados a su suerte. Sin embargo, en este filme en particular se saben mezclar bastante bien el humor y la tragedia, logrando que los avatares de los personajes se nos antojen menos lastimeros. A pesar de las críticas a su cine y de la marcada incidencia política en ellos, Ken Loach sabe cómo hacer un cine en ocasiones tan sencillo como este, que consigue identificar a grandes masas con él, y por eso no son de extrañar sus múltiples galardones; de modo que quien quiera conocer una realidad escueta y sin tapujos y con grandes tintes de crítica social, debe acercarse a su obra.
Publicado originalmente en la revista Kinetoscopio No. 115 (Medellín, julio/septiembre, 2016), p. 28-29
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2016
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