Sobre un genio y su ingenio
Si de empresas titánicas se trata, la de resumir el cine y la vida de Allan Stewart Konigsberg, a quien conocemos como Woody Allen, es grande, pues sobre sus 80 años de vida y el universo de alrededor de 50 largometrajes que conforman su obra, hay demasiado para contar. Es imprescindible comenzar por el descubrimiento de su misión en la vida, la cual le llegaría al director neoyorkino, a muy temprana edad, pues con tan solo 17 años comenzó a trabajar enviando chistes a periódicos locales, para tiempo después contarlos personalmente en clubes nocturnos a manera de stand-up comedy, animado por Charles Joffe y Jack Rollins, quienes serían a partir de ese momento, no solo sus amigos y agentes, sino los productores de gran parte de sus realizaciones.
Posteriormente y con una reputación de cómico granjeada a pulso, fue encargado de la escritura del guión de una comedia que se llamaría ¿What’s new Pussycat? (1965), la cual además marcaría su encuentro con el séptimo arte y su vocación como actor y guionista. Después de este episodio en el que perdió total control sobre lo que había escrito, juró jamás volver a hacer películas de no ser él quien las dirigiera y tuviera absoluto dominio sobre ellas. Y para fortuna de sus seguidores, así fue. Su primer trabajo de dirección serio fue en 1969, con Robó, huyó y lo pescaron (Take the Money and Run).
A partir de esta, su primera cinta dirigida exitosamente, podría abordarse el cine de Woody Allen de dos formas: por décadas o por afinidad en el tipo de película, o lo que sería lo mismo, por género, definiendo los usados por él –si se permite–, como comedia, drama puro y cine negro, teniendo en cuenta que estos dos últimos, sabiendo el director al que se hace referencia, involucrarán generalmente, algún toque de comedia. El primer grupo lo conforman sus slapsticks más recordados, que desarrollara sobre todo en sus inicios, alternándolos a su vez con la escritura de por lo menos un par de obras teatrales que fueron exhibidas en su momento en Broadway. De este grupo hacen parte, además de su primera película dirigida, algunas como Bananas (1971), El dormilón (Sleeper, 1973), La última noche de Boris Grushenko (Love and Death, 1975), entre otras, con las que buscó hacer reír al público, sin mayores aspiraciones adicionales de su parte. El recordado personaje de Woody Allen emulando un robot en El dormilón, puede ofrecer una idea de su cine en sus inicios.
Annie Hall (1977) representó para su carrera un parteaguas inédito, pues dejaba de lado las caricaturas que nos había mostrado hasta ahora para hacer una comedia humana en todo el sentido de la palabra. Este proceso de depuración de la comedia se prolongará en obras como Manhattan (1979), La Rosa Púrpura del Cairo (The Purple Rose of Cairo, 1985), Hannah y sus Hermanas (Hannah and Her Sisters, 1986) y Días de radio (Radio Days, 1987), donde supo con fortuna imbricar comedia y drama.
En el segundo grupo, el del drama puro, se encuentran películas que sorprendieron a un público acostumbrado a las comedias ligeras del director. Algunos de sus éxitos y fracasos más sonados, sobre todo estos últimos, sobrevinieron precisamente por el desconcierto de su audiencia. Para resaltar de este grupo, están, Interiores (Interiors, 1978), Recuerdos (Stardust Memories, 1980), Septiembre (September, 1987), La otra mujer (Another woman, 1988), Maridos y esposas (Husbands and Wives, 1992) y otras más recientes como la aclamada y galardonada Blue Jasmine (2013). Algunas de estas aluden claramente, como tributo a los directores europeos más admirados por Allen, a la filmografía de Ingmar Bergman y Federico Fellini. De hecho, una de las grandes críticas que se le hizo a Recuerdos en su momento, fue que trató de emular a 8 y ½ (1963) de Fellini sin lograrlo, cuando lo que él buscaba no era un remake sino un homenaje, sin dejar de mencionar que en Interiores y en Maridos y Esposas incorporó algunos de los temas recurrentes en Bergman, demostrando la influencia que estos directores habían tenido en su desarrollo como autor. No obstante, el público no supo descifrarlo y no reconoció a la nueva clase de director que se transformaba ante sus ojos en una suerte de realizador con la que no se sentían identificados.
Pese a esto, e inmune a las críticas, continuó haciendo una película por año tal como lo hiciera Bergman en otras latitudes, y sorprendió de nuevo, esta vez con su incursión en un tercer género, el drama con tintes de cine negro, del cual se destacan: Crímenes y pecados (Crimes and Misdemeanors, 1989), seguida después de largo tiempo por su memorable Match Point (2005), El sueño de Cassandra (Cassandra’s Dream, 2007) y Hombre irracional (Irrational Man, 2015). En todos estos largometrajes, un asesinato es cometido, y la lucha interior en cada uno de los perpetradores, entre lo correcto moralmente y lo necesario en términos prácticos, concentran el hilo del argumento. Para no contar demasiado sobre éste, sólo diré que han sido más las ocasiones en las que el asesino se sale con la suya que en las que no, reforzando su idea del silencio de Dios como herencia del cine de Bergman; pero en uno y en otro caso, la magistralidad de la puesta en escena es indudable.
Es necesario ahora con el fin de no perder de vista algunos tópicos importantes en el desarrollo de su obra, revisar su cine desde la primera forma mencionada: Por décadas de realización de sus producciones: La década del 70 lo catapultó a la fama convirtiéndolo en un director independiente, versátil y muy posicionado en su rol, cimientos que le permitieron darle un giro a su cine y realizar por lo menos dos obras maestras como Annie Hall y Manhattan, tributos respectivos al amor y a su ciudad amada: Nueva York. Los 80 le permitieron abrirle las puertas al cine negro con Crímenes y pecados como ya se mencionó, continuando su racha realizadora con cierto éxito y los 90 por su parte, fueron una década de más aciertos que desaciertos donde continuó consolidando su estilo distintivo tan único. De esos años es importante resaltar producciones como Maridos y esposas, Balas sobre Broadway (Bullets over Broadway, 1994), Poderosa Afrodita (Mighty Aphrodite, 1995) y Los enredos de Harry (Deconstructing Harry, 1997).
La primera mitad de la década del 2000, sin embargo, trajo para Allen producciones menores sin mayor relevancia en la vastedad de su obra. Esta época preocupó a sus seguidores, y con mucha razón, pues una tras otra, a sus películas les faltaba el toque alleniano al que ya estaban tan acostumbrados. Por fortuna para él y para nosotros, su período “oscuro” finalizó con uno de sus más grandes aciertos filmográficos, Match Point, en la que trabajó por primera vez, de la mano de una de sus musas, Scarlett Johansson, logrando una producción exquisita en guión, actuación y dirección. No en vano, este es uno de los filmes a los que el mismo director considera “acabados con éxito”, además de Recuerdos, Zelig (1983), La Rosa Púrpura del Cairo y Maridos y Esposas. Éxito que en las propias palabras de Woody Allen, consiste en “tener una idea y ejecutarla fielmente”. Match Point será su primera película rodada en Inglaterra, dando inicio a una etapa internacional que lo llevó a filmar en Barcelona, París y Roma. Del final de esa década vale la pena recordar El sueño de Cassandra y quizás Vicky Cristina Barcelona (2008), para terminar mencionando que Midnight in Paris, Blue Jasmine, Café Society (2016) y La Rueda de la Maravilla (Wonder Wheel, 2017) han demostrado con creces por qué Woody Allen es uno de los directores más importantes de nuestra época, pues pocos son los que se han dado la concesión de reinventarse tantas veces, de jugar con lo que saben hacer de tantas formas posibles arriesgándolo todo, pasando de la comedia al drama y desafiando incluso la falta crónica de financiación como ocurrió con su más reciente Rifkin’s Festival (2020). Pero decir que el cine de Allen es de tal o cual género, sería encasillarlo tanto, como él mismo lo ha evitado.
Encasillamientos que ha rehuido aún con el personaje creado e interpretado por él de forma recurrente en sus realizaciones, que pese a ser el mismo siempre, lo adorna con matices diferentes. A este respecto, así sus películas encierren un universo autobiográfico que nos permite comprenderlo casi como si lo conociéramos, sería exagerado decir que él y sus personajes comparten todo de sí, pues aunque pueden asemejarse en algunos rasgos como la timidez, las visitas asiduas al psicoanalista o el cúmulo de relaciones sentimentales fallidas, claramente no hacen parte de su historia, la falta de inspiración y la ausencia de mujeres. Sin embargo, es posible que este sea un truco más de Allen en quien –no hay que olvidarlo–, subyace un arraigado comediante, y es posible que en realidad su vida no sea tan parecida a sus filmes ni sus experiencias hayan sido las mismas, pues incluso hay largometrajes que se contradicen esencialmente, como Sueños de un seductor (Play it again, Sam, 1972) –donde solo hizo el guión- y Recuerdos, donde en la primera, el rol personificado por el propio Allen es un absoluto fracaso en lo que a términos femeninos se refiere, mientras que en la segunda, se ve en el dilema de a quién escoger de entre sus múltiples admiradoras. La verdad probablemente no la sabremos nunca, pero una cosa es clara, y es que aunque pueda ser definido de muchas formas, Woody Allen jamás lo será como un ser humano común ni como un director convencional.
Y precisamente, si de definirlo se tratara y si acaso fuera posible hacerlo, podría resumirse a Woody Allen como un joven criado en Brooklyn, enemigo de las clases y del colegio, cómico de vocación y de profesión, actor, guionista, clarinetista, amante del jazz, director versátil y excéntrico por naturaleza, pues escribe todos sus guiones en máquina de escribir, no asiste a las galas de los Óscar aún si es nominado y envía los guiones a los actores con total secretismo y el compromiso de devolverlos a las pocas horas. Es esta sumatoria la que lo hace un ser tan original. Será difícil que nazca otro personaje como él, quien aún con sus manías y sus escándalos mediáticos genere tanta pasión como aversión. Está claro que no es un director de masas, y que serlo no es una de sus preocupaciones, pero quienes amamos y vibramos con su cine, le prodigamos la admiración que compensa el desprecio de otros. Es atípicamente, un director de cine de culto vivo, beneplácito que no todos se ganan y si nos basamos en la longevidad de su madre y su padre quienes vivieron hasta los 96 y 100 años respectivamente, es probable que nos siga acompañando, y estaremos felices de seguirlo teniendo a él y a sus genialidades por más tiempo entre nosotros.
Referencias:
- Woody Allen: A documentary. 2012. Director Robert B. Weide
- Aixalá, J. A. (2001). Todo sobre Woody Allen. Barcelona: Océano Grupo Editorial S.A.
Publicado originalmente en la separata Generación del periódico El Colombiano (Medellín, 06 de diciembre, 2015), p. 3-5
©El Colombiano, 2015
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