Nomadland, más allá de un estilo de vida
Chloé Zhao ha explorado en sus tres largometrajes: Songs my Brothers Taught Me (2015), The Rider (2017) y Nomadland (2020), ese Estados Unidos que no es “el de mostrar”, el de las grandes extensiones de tierra inhóspitas donde todos los seres están echados a su suerte, y donde diferente a lo que nos han vendido siempre, no hay glamour. Quizás por no ser nativa, se le facilita esa mirada no necesariamente crítica pero sí diferente, presta a explorar esas zonas grises, buscando acaso el entendimiento de una sociedad tan vasta y tan disímil desde tantas aristas. En su tercera producción, Nomadland -que valga decir fue la ganadora del León de Oro en el Festival de Cine de Venecia en 2020 y la ganadora del Oscar en 2021 por mejor película, mejor directora (Zhao) y mejor actriz (McDormand)-, Zhao nos presenta una historia al filo entre la ficción y el documental, esta vez con una mezcla de personajes reales y actores auténticos, haciéndonos testigos de los avatares de Fern, quien luego de perder a su marido y todo lo que tenía materialmente hablando, después de que la fábrica donde trabajaba cerrara, decide subirse a una camioneta y convertirse como muchos otros, en una nómada contemporánea por el territorio norteamericano, pasando de un empleo informal a otro, cada uno en una ciudad diferente, mientras huye a su vez de la severidad del clima.
Aun cuando esta es una road movie, en ella podemos reconocer sin ambigüedades el estilo de la ya mencionada directora china Chloé Zhao, quien de nuevo nos trae la exuberancia de los parajes de esa “América profunda” que tanto hemos escuchado mencionar, con una fotografía impresionante de la mano del habitual Joshua James Richards, quien nos exhibe los desiertos y vastísimos territorios estadounidenses, que son tan conmovedores sobre todo para quienes habitamos latitudes donde el espacio siempre escasea, valiéndose de sus ya acostumbrados planos amplios y panorámicos, donde nos queda clara la pequeñez del ser humano frente a esta inmensidad.
No es difícil establecer la analogía entre la soledad de estos lugares y su inmenso vacío, con los del corazón de Fern, pues a pesar de que solemos verla rodeaba de gente, incluso disfrutándolo, al final siempre termina siendo ella su única compañía, sin amargura eso sí, pero sola. Fern a diferencia de la gran mayoría de los protagonistas reales del film, es una nómada de corazón y un espíritu libre, pues aun cuando se ve avocada a adoptar este nuevo estilo de vida, el nomadismo está instalado en su naturaleza, como ella misma se lo describe a Bob Wells, un líder real de uno de los campamentos de nómadas: “Me quedé en Empire (Nevada) por mi esposo, porque de haberme ido, habría sido como si él no hubiera existido, pero yo no soy de quedarme”. Esta sola frase nos da un total entendimiento de su psique, y del por qué se siente fácilmente aprisionada, ya sea por su amigo Dave (el personaje interpretado por David Strathairn) o por su propia hermana, lo que siempre la hace parecer huyendo como consecuencia de ese temor. Para los demás Fern es una vagabunda, pero para ella, su hogar yace en ella misma, en su independencia y en su libertad, sus bienes más preciados. Es como si llevara el hogar consigo como lo dice el tatuaje de uno de sus tantos compañeros de trabajo: “¿Hogar es solo una palabra? ¿O es algo que llevas dentro de ti?”
Esto último podría tal vez interpretarse como contradictorio, pues pareciera que quisieran vendernos un modo de vida desprendido donde se es dueño de sí mismo y del tiempo, o mejor, que vivir de este modo puede escogerse y ser feliz, cuando la realidad es una llena de carencias materiales y emocionales, sin futuro y solitaria. Sin embargo, a mi modo de ver, acá no hay aseveraciones ni verdades absolutas, solo una situación puesta para que cada uno tome y analice lo que pueda de acuerdo con su experiencia. El valor de este film va mucho más allá de si este modus vivendi es o no el ideal, su real valor subyace en su visionado como un todo, a saber: las circunstancias que nos muestra la directora -que las presenta ante nosotros sin juzgamientos-, la cercanía que sentimos con los personajes, un relato sincero como en sus dos realizaciones previas, una fotografía inmensa y contundente, una actuación como la de Frances McDormand, además por supuesto, de la soledad y el vacío constante que sentimos ante las situaciones que se nos exponen. Y si una película te permite sentir y cuestionarte más allá de lo que se ve, sería justo decir que es un acierto.
Si algo es claro, es que la historia no busca romantizar a estos nómadas, pues entendemos que no han optado libremente por vivir de esta forma, su nomadismo es más una respuesta y una solución a sus dificultades económicas y lo que tratan es de hacer de ello una buena experiencia, queriendo encontrar lo bello en lo poco que se les presenta, pues finalmente no hay otra opción.
Nomadland no es una película festiva, sería más acertado decir que es devastadora e impactante, que incluso nos lleva a rememorar por momentos a la Wendy and Lucy (2008) de Kelly Reichardt o a una de las tantas de temática social y desprotección de Ken Loach. Sin embargo, la visualización de estas comunidades de nómadas, de personas solidarias, compasivas, generosas y a quienes en realidad nada les pertenece -pues todo es de todos y los apegos son escasos-, hace que la sensación de hastío y vacuidad se diluya y sea reemplazada por algo parecido a la esperanza. Si esta cinta tuviera un objetivo, este sería quizás tan simple como el de retratar un estilo de vida creado por unos seres excluidos de un sistema social al que no pueden acceder, y que aun cuando termina siendo una forma de vida tremendamente dura, es la que han construido, no quedando otra opción que tratar de extraerle lo positivo para poder fluir, y que es al final lo que todos hacemos con nuestras circunstancias, ¿o no?
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