John Cassavetes: Las conjeturas de una realidad desconocida
A juzgar por sus películas, podría pensarse que la vida del director neoyorquino John Cassavetes era un universo incomprensible, lleno de dudas y vacíos, y si así fue, jamás lo sabremos con certeza, sin embargo, su vida pareciera haber sido tan común como la de cualquier otro. Nacido en Nueva York el 09 de diciembre de 1929, de padre griego y madre greco americana, su vida transcurrió sin mayores novedades hasta que ingresara y se graduara posteriormente de la American Academy of Dramatic Arts, donde encontraría su misión y conocería a su futura esposa, Gena Rowlands, de quien no volvería a separarse jamás.
Comenzó su vida en el mundo del cine poco después de graduarse en 1950, desempeñándose como actor en roles menores, pero su incursión formal en la dirección se dio en 1959 con Sombras (Shadows, 1959), producción que tendría grandes dificultades para su distribución, la cual finalmente tuvo lugar en Europa –solo después sería exhibida en Estados Unidos–. Fue el único film en el que Cassavetes permitió casi total improvisación a sus actores, lo que llevaría a la creencia posterior de que sus películas eran improvisadas cuando en realidad no lo eran y todas contaban con auténticos guiones, escritos en su mayoría por el mismo director. Gracias al interés que Shadows generó en Hollywood, filmó allí sus dos siguientes largometrajes: Too late blues (1961) y Ángeles sin paraíso (A child is waiting, 1963), los cuales comenzarían a denotar su marcado interés en las historias con finales abiertos y en las que los personajes no gozan de nuevas oportunidades ni de redención alguna. El mundo es simplemente el que es, y no cambiará, pareciera decirnos.
Entre este período y en el que realizaría sus siguientes cintas, Cassavetes actuó en televisión y cine en diversos roles –algunos de los cuales le trajeron reconocimientos–, con la firme idea de conseguir fondos para su siguiente película, Faces (1968), a partir de la cual no solo crearía Faces International, una Compañía para distribuir sus películas, sino que, en adelante, haría cine únicamente de forma independiente. Vinieron después, Husbands (Maridos, 1970) y Así habla el amor (Minnie and Moskowitz, 1971) donde trabajaría –como había sido y seguiría siendo su costumbre–, con sus amigos cercanos Seymour Cassel, Ben Gazzara y Peter Falk. En ellas consolidaría su estilo como guionista y director, utilizando a partir de ahí y sin excepción, los close–ups para llevarnos a descubrir las emociones de sus personajes. Este detalle aunado al cuidado específico de la música, en ocasiones compuesta por él mismo, fueron signando definiendo sus preferencias cinematográficas y el rumbo futuro de sus realizaciones. En estas tres películas, abordaría, como lo continuaría haciendo en adelante, las relaciones de pareja y el cúmulo de renuncias y frustraciones que estas traen consigo, y que trataría para siempre de explicarse a sí mismo.
Al respecto, su biógrafo Ray Carney –autor del texto Cassavetes on Cassavetes–, menciona la existencia de conflictos entre Gena Rowlands y Cassavetes debidos a lo similar del carácter de ambos, y que algunas de sus producciones abordaban precisamente parte de sus desavenencias e interacciones. Es probable que algunas de sus películas hayan tratado de darle un significado o una explicación a estos conflictos, y podría ser el mismo Cassavetes el que hiciera desaparecer las dudas con este comentario: “El cine es una investigación sobre nuestras vidas, sobre lo que somos, sobre nuestras responsabilidades –si las hay–, sobre lo que estamos buscando. ¿Por qué querría yo hacer una película sobre algo que ya conozco y entiendo?”.
De ahí en adelante su capacidad de producir historias no cesó jamás, y en la década del setenta destacan en su filmografía producciones impecables, tanto en guión como en dirección y actuaciones: Una mujer bajo la influencia (A woman under the influence, 1974), El asesinato de un apostador chino (The killing of a chinese bookie, 1976) y Noche de estreno (Opening Night, 1977). En todas estas películas la vida es vista desde su ángulo más crudo, donde ni un asomo de esperanza es posible. En la primera, la locura impera, y el juicio –incluso de los que se dicen cuerdos–, termina por ponerse en duda; en El asesinato de un apostador chino, las propias necesidades se ponen por encima de los escrúpulos; y en Noche de Estreno, el vacío existencial hace sucumbir a un ser humano cuya fragilidad lo supera. Quizás el genio de Cassavetes lo llevó a buscar razones o conjeturas sobre comportamientos humanos extremos y desconocidos para él, como él mismo lo dijo. Sus guiones eran a lo mejor su forma de imaginar las vidas funestas de otros y recrearlas para acercarse a ellas tanto como fuera posible.
Probablemente por esta razón sus personajes eran siempre seres perturbados, con dudas sobre sí mismos y en muchas ocasiones sobre los demás, seres que contagiaron su miseria a otros, envolviéndolos en sus sufrimientos y contradicciones. No es exagerado decir que en la escasa filmografía de Cassavetes todos sus protagonistas, sin excepción, luchan contra sus demonios sin tregua –lo cual no es de extrañar si se tiene en cuenta que la realidad es así, y sus filmes la abordan desde donde el director la ve–; sin embargo, para casi todos sus personajes, son el desasosiego, la vacuidad y la absoluta desesperanza los que reinan al final, excepción hecha quizás de Así habla el amor y Gloria (1980), donde un asomo de ilusión se adivina como posible. Robert Harmon el protagonista de Corrientes de amor (Love Streams, 1984), interpretado por el mismo Cassavetes, resume gran parte de las posturas del director en sus historias: “La vida es una sucesión de suicidios, divorcios, promesas incumplidas y niños malogrados”.
Su irreverencia y atrevimiento al hablar de temas que muchos preferirían evitar lo llevaron a ganarse a un público que buscaba ver más allá de hombres y mujeres perfectos e historias felices, aquellos que querían ver reflejada su miseria, identificarse con los sufrimientos de otros o ver por fin en el cine algo del mundo real, de modo exacerbado en ocasiones, pero real al fin y al cabo, gente común en sitios comunes y viviendo vidas tan o más sórdidas que la propia.
En la década de los ochenta Cassavetes filmó dos de sus más grandes aciertos, que le traerían los mayores reconocimientos formales como realizador, las mencionadas Gloria y Corrientes de Amor, que obtuvieron respectivamente el León de Oro del Festival de Cine de Venecia y el Oso de Oro del Festival de Cine de Berlín. Las siguió Big Trouble (1986), su última película, por la cual tuvo grandes conflictos debido a la censura que le impusieron y a la que él nunca consideraría como propia por no haber escrito su guión. Es precisamente en esta década en la que Cassavetes moriría. No sabremos con certeza las razones que lo llevarían a consumir su vida y su talento en el alcohol, pero sería esta, quizás, la única arista suelta en la vida de este director, quien solo se casó una vez con la que fue su eterna musa, la madre de sus tres hijos y con quien pasaría los últimos 35 años de su vida de forma inseparable.
Sería no solo injusto si no desacertado hablar de Cassavetes sin mencionar a Gena Rowlands, quien actuaría bajo su dirección para la gran mayoría de sus doce realizaciones, siendo no solo su esposa si no su actriz fetiche, y no sin razón. Aun cuando sin dudarlo las realizaciones de Cassavetes tienen gran mérito en sí mismas, quizás no habrían sido lo que fueron sin la contundencia actoral de Rowlands, una artista siempre versátil a la que ningún rol la excedió. No en vano, fue nominada en dos ocasiones al Premio Óscar a mejor actriz y fue ganadora del Oso de Plata de Berlín por su actuación en Noche de estreno. Lamentablemente, el influjo de Cassavetes en la carrera de Rowlands es notable, pues después de la muerte de su esposo y director su soberbio talento no volvió a ser honrado como se debería.
Cassavetes fue finalmente arrebatado de la vida a los 59 años, a causa de una cirrosis propiciada por su adicción al alcohol, que extinguió de forma prematura la vida de quien fuera llamado el padre del cine independiente estadounidense. Sin embargo, nos dejó su legado, el prolífico e imborrable universo de su filmografía, donde su talento se fue desgranando en un crescendo en el que cada película mostró más madurez que la anterior, las historias se fueron haciendo más consistentes, los personajes más fluidos y los guiones iban ganando en entonación y solidez.
Es probable que su temprana muerte haya despertado el culto que su cine genera –de la misma forma que ocurrió con la muerte de Truffaut–, pero es indudable que lo atípicas de sus historias, en las que lo arriesgó todo, es un mérito que pocos cuentan sin haber flaqueado en el intento por diferenciarse; ofreció una alternativa al cine comercial que en aquella época comenzaba a imperar en el planeta y que no nos ha abandonado desde entonces. Cassavetes sembró la semilla de un cine de autor muy propio, lejos de la censura y los lineamientos de los grandes estudios del momento, y por ello y por su legado, le estaremos para siempre inmensamente agradecidos.
Publicado originalmente en la revista Kinetoscopio No. 110 (Medellín, abril/junio, 2015), p. 26-28
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2015
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