El hombre que amaba a las mujeres
El universo cinematográfico Bergmaniano, está poblado de tantas mujeres como su propia vida. Le profesaba un profundo amor dulce y sincero a su madre, quien a su vez lo rechazaba constantemente por sus ataques de ternura. Toda su vida estuvo rodeado de mujeres; desde su mamá, su abuela, sus niñeras, su hermana y sus primeros amores, hasta sus esposas, sus amantes y sus actrices fetiche. Una larga lista que nos hace adivinar cómo un hombre podría entender de una manera tan absolutamente diáfana al género femenino. Esta cercanía e interacción con las mujeres de su vida, desde muy temprana edad, lo llevaron a comprender pronto nuestras esperanzas, nuestros miedos, nuestra fortaleza y casi que nuestra esencia. Su mirada nunca fue condescendiente, se esmeró por un acercamiento realista que logró el entendimiento y la identificación con sus personajes. La representación de sus mujeres podría haber sido fácilmente la más convencional de su época, la de sumisas, tontas, comunes o subyugadas, pero Bergman se arriesgó por todo lo contrario; eran las mujeres de sus películas las que llenaban la pantalla, con su entereza, su arrojo, sus desafíos a lo convencional y a lo que dictaba el statu quo.
Desde el punto de vista de una mujer del tercer mundo, la mirada de Bergman pudiera parecer muy de avanzada para su época; es probable que lo fuera incluso para las del primer mundo, pues las mujeres bergmanianas eran la conjunción de todas las que conocía y en cada una de ellas se estructuraba una sumatoria de muchas de las características de aquellas que habían signado su vida. Con Persona (1966), La Pasión de Ana (En Passion, 1969) y Gritos y Susurros (Viskningar Och Rop 1972), Bergman llegó a su punto más alto en la comprensión de la mujer, tal vez de la esencia misma del ser humano, dejando su genialidad absolutamente sin discusión.
“El trabajo cinematográfico es una actividad fuertemente erótica. La proximidad de los actores no tiene reservas, la entrega mutua es total. La intimidad, el afecto, la dependencia, la ternura, la confianza, la fe ante el mágico ojo de la cámara, nos dan una seguridad cálida posiblemente ilusoria. Tensión, relajamiento, respiración común, momentos de triunfo, momentos de fracaso. La atmósfera está irresistiblemente cargada de sexualidad”. Esta aseveración, hecha por el mismo Bergman en su autobiografía Linterna Mágica, explica en gran parte su fascinación y embeleso con las mujeres, y sus múltiples matrimonios y tórridos romances con las estrellas femeninas de sus películas -tal como lo hiciera en sus días el mismo Truffaut-, pues no es tan difícil para una mujer verse envuelta con alguien que puede entenderla en su totalidad y complejidad. Sin embargo -claro está-, el drama estaba servido cuando la dura realidad de que ninguna de ellas llenaba las expectativas se cernía sobre sus relaciones, pues ese era Bergman, un inquieto amante y un entendedor eterno de mujeres, quien solo pudo establecerse con Ingrid Von Rosen, su quinta y última esposa y amor eterno, la única de la que no se divorciaría. Su separación la produjo la muerte de ella en 1995 como consecuencia de un cáncer.
Este entendimiento de las mujeres por parte de Bergman quizás no fue alcanzado jamás por ningún otro director, pues él entendió los matices, las diferencias, los miedos, la naturaleza misma no solo de la mujer si no del ser humano, yendo mucho más allá, pues se permitió diálogos extensos acerca de los temores, las dudas y los sufrimientos. Harriet Andersson en sus personajes de Mónica (Un verano con Mónica, 1953), Doris (Sueños, 1955) e Isolde (Esas mujeres, 1964) representa la inmadurez emocional, el despertar al amor y un poco la insensatez juvenil. Liv Ullman e Ingrid Thulin, a su vez, logran con sus caracterizaciones acercarnos a las dudas, la inquietud existencial, el vacío, la represión emocional, el hastío y el cansancio de las relaciones insulsas y faltas de vida. Eva Dahlbeck por su parte, en sus representaciones de Karin (Tres mujeres, 1952), Marianne (Una lección de amor, 1954), Susanne (Sueños) y Adelaide (Esas mujeres) materializa toda la fuerza, el empuje, la entereza y la confianza en sí misma. Y todas ellas, son una sumatoria de nuestro género.
Todas de un modo tan logrado y sincronizado que parece ser analizado y visto desde la perspectiva de una mujer, aunque quizás sea allí donde radique precisamente la mirada del universo femenino Bergmaniano, que sea su perspectiva la que predomine, matizada por sus múltiples experiencias con las incontables mujeres de su vida y por eso, en cada una, sumó, restó, dibujó, analizó e incluso conjugó todo lo que conoció o lo que quisiera haber vivido con ellas. Algunas -tal vez-, fueron más sueños de Bergman que representaciones mismas de la realidad, aunque otras sí fueran totalmente reales y estuvieran inevitablemente traspasadas por sus propias vivencias, como él mismo lo expresó en sus memorias: “Gun ha sido el modelo de muchas mujeres de mis películas: Karin Lobelius en Tres Mujeres, Agda en Noche de circo, Marianne Egerman en Una lección de amor, Susanne en Sueños y Desiree Armfeldt en Sonrisas de una noche de verano. En la incomparable Eva Dahlbeck encontré su intérprete. Ambas mujeres lograron materializar juntas mis textos, a menudo bastante difusos, y así se convirtieron en las representantes de la feminidad invencible de una manera que yo nunca hubiese imaginado”*. Sin embargo, sí queda claro que el conocimiento de Ingmar Bergman de la mujer era tan amplio, y su sensibilidad tan extrema, que sus elucubraciones femeninas tocan el alma, llevándonos a una identificación tan real, si no con todas, con certeza sí con algunas o con algunos de sus matices, sus pensamientos, sus rabias, o sus anhelos más profundos.
Difícilmente otro director podrá llegar a las entrañas de la mujer como Bergman lo logró. Caricaturas, aproximaciones, fragmentos acaso puedan encontrarse, pero la esencia misma de la mujer tal como él la captó, probablemente no. Bergman será para siempre no solo uno de los grandes directores del Siglo XX, sino aquel que supo entender a la mujer en su más infinita complejidad. Decir que es un director de mujeres es quedarse corto, lo correcto sería decir que fue el más grande artesano cinematográfico de mujeres, que incluso nos llevó a nosotras mismas a ahondar más en nuestra fascinante naturaleza.
*Gun Grut fue la tercera esposa de Ingmar Bergman entre 1951 y 1959.
Referencia:
- Bergman, Ingmar (1988). Linterna Mágica. Barcelona: Tusquets Editores. 319 páginas.
Publicado originalmente en la revista Kinetoscopio No. 122 (Medellín, abril/junio, 2018), p. 38-41
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